13 de noviembre de 2012

¡ Ojo con la desafección política ¡

El profundo descontento que siente la ciudadanía con los políticos y los partidos se ha convertido desde hace unos meses en una especie de trending topic diario. Los medios de comunicación, los ciudadanos y los propios políticos se refieren continuamente al problema de la desafección política. Hasta tal punto se ha convertido en costumbre hablar de este tema que la sociedad ha visto con naturalidad -por mucho que algunos políticos del PP se rasguen las vestiduras- como un juez ha aludido a "la convenida decadencia de la clase política" en un auto judicial.

Barómetro tras barómetro, el Centro de Investigaciones Sociológicas refleja que la clase política es considerada por los ciudadanos el tercer problema del país (después del paro y de la situación económica). Pero no sólo lo es desde el inicio de esta legislatura, sino que, desde febrero de 2010, la clase política y los partidos ocupan el tercer puesto del ranking de problemas, que en opinión de los ciudadanos, tiene España. Esto significa que, más allá de la atención política y mediática que haya recibido, el descontento político es "noticia" desde hace más de dos años y medio.

Frente a la "miopía" o a la "indiferencia" mostrada desde algunos sectores, la cronificación del malestar político ha seguido un proceso gradual. La primera etapa, en la que el descontento fue gestándose y tomando forma, abarcaría desde febrero de 2010 hasta mayo de 2011.

El 15 de mayo de 2011 irrumpió en la escena política el Movimiento 15-M. Lo hizo al grito de "no nos representan" y la demanda de una mayor y mejor representación política que se materializaba, entre otras propuestas, en la modificación del sistema electoral para hacerlo más proporcional. Esta fecha marca el inicio de la segunda etapa de la desafección política, caracterizada por la reivindicación mayoritaria -visible en la simpatía y respaldo de la opinión pública hacia el 15-M- de una respuesta por parte de los poderes públicos al malestar ciudadano (ante la percepción de la falta de eficacia y equidad en las medidas adoptadas para hacer frente a la crisis). Esa etapa duró hasta la convocatoria, el 20 de noviembre de 2011, de las pasadas elecciones generales.
 
Tras la llegada del PP al gobierno y la frustración de las expectativas creadas (sobre la mejora de la situación económica y política), el malestar político está entrando en una "fase de metástasis". Del "no nos representan" del 15-M hemos pasado al "que se vayan todos" del 25-S. El descontento con los políticos se está convirtiendo en "inquina". Ha empeorado la imagen de todas las instituciones (incluidas la Monarquía y las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado) y está aumentado el porcentaje de ciudadanos que se muestran insatisfechos con el funcionamiento de la democracia.

Entre las causas (más allá de la persistencia de la propia crisis y la profundización del sentimiento de injusticia social) que han conducido al "enquistamiento" del problema del descontento político se halla la falta de reacción de la clase política y, en especial, del PP como partido en el gobierno. No parece que haya ninguna intención (seria) de incorporar las demandas de una mayor participación política y de cambio del rumbo seguido.

Y, como es obvio, las declaraciones (retóricas) de empatía hacia el malestar que sienten los ciudadanos, no sólo resultan insuficientes, sino que pueden ser contraproducentes (haciendo que aumente aún más el malestar). Como también pueden resultar contraproducentes
actos cosméticos como el protagonizado por la Vicepresidenta al anunciar que el gobierno ha solicitado al Centro de Estudios Políticos y Constitucionales un informe para adoptar medidas encaminadas a lograr la regeneración democrática, aduciendo que esas medidas siempre se prometen en los programas electorales y no se cumplen. A nadie se le escapa, sin embargo, que el PP tan sólo lleva nueve meses en el gobierno, tiene una amplísima mayoría absoluta para impulsar todo tipo de iniciativas políticas y, sobre todo, para cumplir su compromiso electoral de hacer de la democracia, una "democracia ejemplar". Este anuncio, por otra parte, choca con los actos de un gobierno que evita no ya dar explicaciones, sino comparecer en el Parlamento y que lanza globos sonda con el fin de calibrar los potenciales apoyos a la restricción del derecho de manifestación.

La estrategia de esperar a que la economía remonte el vuelo y el descontento político empiece a disiparse no es la más acertada cuando llevamos más de dos años y medio con las luces rojas encendidas. Tampoco la de tratar de deslegitimar -colocando en posiciones extremas y tildando de antidemócratas- a los que ahora, en la calle, ponen voz al (mayoritario) descontento político. El inmovilismo podría acabar desbordando al gobierno de Rajoy. Pero la falta de contundencia o de iniciativa en este ámbito, también podría acabar desbordando, como principal partido de la oposición, al PSOE.


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