17 de abril de 2010

LA HEGEMONIA SOCIAL DE LA DERECHA


Todos tenemos en la cabeza el ingente número de temas instruidos por el juez Garzón, contra la mafia, ETA, narcos, banqueros, etc., y de los que salió airoso. Pero cuando ha topado con el PP, con la expresión de gobierno de la derecha, es cuando se ha ido a por él con todas las consecuencias. En cuanto ha quedado al aire la porquería de las cañerías de la derecha, los dineros, las financiaciones, han decidido que su liquidación profesional y social era, ahora sí, necesaria.

Jaleado en los tiempos en que puso al felipismo contra las cuerdas, encarcelando a ministros y secretarios de estado por el caso GAL, ha sido en el momento en que ha puesto en serios apuros jurídicos a la derecha cuando no ha podido resistir el embate, siendo entregado al albur de jueces emanados de lo más rancio de la caverna.

Y es que en este país hicimos la transición la sociedad civil, incluso los militares después del fallido golpe del 23-F, y buena parte de las fuerzas económicas impelidas por la necesaria homologación y funcionamiento armónico con Europa, pero no así los jueces, ese etéreo poder judicial, trufado de conservadurismo hasta el tuétano, revestido de ese halo de intocabilidad más propio de sociedades premodernas.

Una vez más en este país la izquierda tiene el gobierno en tanto que la derecha ejerce el poder. Desde la transición se vio, quizá como consecuencia de la huída responsable del terror franquista, que el electorado es, o se siente cómodo en el centro izquierda, pero la izquierda nunca supo, a pesar de ganar elecciones, tomar las riendas de una legítima hegemonía social real. Antes al contrario, Felipe González, quizá muy marcado por el intento de golpe de Estado, rápidamente dejó claro a los poderes, a los verdaderos poderes, que aquí, en lo esencial, no se iba a cambiar nada. Y comenzaron las privatizaciones del sector público, y la cultura yuppy y la política de actuación de lobbies, etc. Transmitieron al conjunto de la ciudadanía que había que ser modernos, cosa que debía coincidir con crecer en lo económico y poco más. Pero por debajo, la dinámica conservadora tomaba las riendas. Solo con recordar la actuación de la jerarquía eclesiástica en estos años, o la política de nombramientos en la judicatura, sería suficiente.

No hay hegemonía que pueda establecerse sin el dominio sobre el dinero, los jueces y los medios de comunicación. Y recordemos por un momento las Televisiones que hay de izquierda o centro izquierda, frente a esa pléyade de canales que gobiernan, para enveneno de la paz social, la derecha y la ultra derecha de este país. Así no hay quién imprima un carácter progresista a la sociedad. Ya Felipe, decíamos, dejó de buscar la hegemonía, cosa por otra parte que sí hizo Aznar con su “revolución conservadora” y una política de nombramientos, de largo recorrido, totalmente sesgada.

Felipe asentó la clase media, que consideraba clave en la concepción socialdemócrata que tenía, pero Aznar luego las derechizó. Porque es fácil derechizarlas, solo hay que hacer creer a la gente, de forma continua, que lo que han conseguido está en peligro. El miedo es una poderosa arma en manos de la derecha; siempre la ha usado perfectamente. Y ello afectó también, hasta la clase obrera asentada, que rápidamente se constituyo así misma como clase media, contagiándose de esos nocivos valores conservadores de la seguridad económica. Solo así se explicaría la existencia de doce millones de votos en la cesta popular.

Y la llegada de Zapatero no ha supuesto mucho cambio al respecto. Vino con ruido, con un cierto izquierdismo de derechos básicos de las personas, y ello ha servido sin duda, y con un cierto anti americanismo primitivo, muy valorado en la época del peor presidente de la historia de EEUU, pero al final, lo de todos, con las bases del conservadurismo no se mete. Le ha sido imposible renovar el Concordato ante una Iglesia que le protesta en la calle cualquier iniciativa, y ha renunciado a una cuota progresista mayor en la judicatura, dejándolo palpablemente claro con el nombramiento, de forma personal, del Sr. Dívar como Presidente del CGPJ.

Por tanto España se reconoce como moderna, al menos en usos y costumbres, pero en lo básico, en lo económico y social, es quizá más conservadora que antes. Y a las encuestas nos tendríamos que remitir.

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